27 abril 2021

Querida hermana:

Te escribo velozmente antes de cenar para contarte mi encuentro con la editora de libros. Vengo entusiasmada, ¡la conversación ha sido tan enriquecedora! Esta empresaria es lo que llamo yo una desinformada consciente. Sabe que lo que ha aprendido hasta ahora está construido bajo inexactitudes, mitos y leyendas. «Esto —me ha confesado— ha derivado en una falta de control sobre la editorial; días de frustración y enfado constante». Entonces me ha dicho que quiere aprender desde cero, quitarse los prejuicios, destruir las falacias que solo han conseguido que su vida profesional sea un castigo.

Si te soy sincera, tenía miedo que el encuentro se desarrollase como en tantas otras ocasiones. Yo escuchando el manido discurso sobre la perversidad de los impuestos y el maltrato al pequeño empresario o autónomo sustentado con la frase: «yo solo quiero hacer mis cosas, por qué tengo que estar preocupándome de esto».  Conversaciones en las que después de varios intentos fallidos por mi parte en explicar la responsabilidad del empresario (de cualquier empresario, que parece que este concepto es solo para las grandes corporaciones), acaban conmigo asintiendo tantas veces sean necesarias según el tono de seguridad que despliega el parlante en defensa de todas las inexactitudes e incongruencias que ha aprendido por ahí.

Pero como te decía en mis primeras líneas, este encuentro no ha sido así. En esta ocasión hemos hablado sobre la gestión, entendiendo que es una disciplina y como tal cuenta con sus herramientas, teorías y reglas; imposible basarla en la intuición, en un «yo lo hago así». En definitiva, que el primer paso de la editora va a ser una reconciliación con la contabilidad, conocer la tesorería y entender los impuestos. Así que tengo otro pretendiente que, como auguras en tu última carta, contribuirá a la extinción de Seriusli una vez lo tenga todo aprendido.

Me esperan.

E.