13 septiembre 2021

13 .09 .2021

Querida hermana:

Dejemos a un lado las disculpas, pues sea con premura o con retraso, siempre es una alegría recibir una de tus misivas, sobre todo si está salpicada de imágenes tan literarias y evocadoras como ese Madrid llenándose de ocres y bullicios; qué fácil me ha resultado sentir el regreso del otoño y escuchar los sonidos de la rutina. ¡Delicioso!

Debido a que últimamente se nos acumulan los temas, permíteme que en esta respuesta me centre en la duda final de tu carta: el empleo de la cursiva en la palabra expertiza. Como bien apuntas, no existe, por eso la cursivizo (esta tampoco existe), pues así es como la RAE recomienda identificar aquellas palabras que presentan una peculiaridad (ser un extranjerismo, jerga o no existir; entre otras). Inventé la palabra únicamente porque me pareció la más apropiada para lo que quería expresar, y no habiendo (o conociendo) otra mejor, la saqué de la nada. Salvando las distancias (pues yo solo transformé en verbo un sustantivo), me resulta fascinante el juego de crear nuevas palabras. Algunas son tan bonitas o eficaces que debieran ser adoptadas, como es el caso de veroño (dícese de esa breve época a comienzos de otoño en la que de pronto hace demasiado calor). A lo largo de la literatura son muchos los autores que han empleado este recurso con envidiable ingenio; lo hizo Cortázar y lo hace actualmente, con gran destreza y humor, Santiago Lorenzo.

Como ves, en esta carta solo he hablado de un tema, pero el límite de palabras es ley. Nos dejamos en el tintero mi pregunta sobre cuánta fiscalidad debería saber un empresario y la anécdota de Asimov, que a este paso va a salir de la tumba para contártela él mismo.

Te venera, S.