Querida hermana:
¡Más de un mes ha pasado desde tu última misiva! Perdóname, pero, como sabes, problemas personales me trasladaron a la preciosa Isla de Lanzarote. Y digo preciosa no solo por sus paisajes, mezcla de negro, blanco y azul salpicado de tintes verdes de vid que se abren paso ferozmente a través del picón (así llaman aquí a los restos volcánicos que retienen la humedad), sino por sus gentes. He estado con personas amables y cariñosas que me han descubierto su gastronomía, sus costumbres y a César Manrique. Nunca antes había apreciado unas esculturas tan integradas con el territorio; da la sensación de que la luz, el viento, la tierra las abrazan con amabilidad.
He tenido tiempo para burocracia, médicos y paseos playeros, pero no para sentarme a redactar unas líneas. Es ahora, ya en Madrid, que aprovecho la tregua que nos está dando el calor para contarte que llevo unas semanas enfrascada en lecturas sobre el aspecto social de los impuestos. Lo sé, después de la sorpresa te ha inundado el sentimiento de traición, porque si los impuestos ya no son nuestros enemigos, ¿qué lo es? Pero sabes que encontrar el lado bondadoso de las cosas siempre me anima. Todavía no tengo ninguna postura definida, debo leer a estudiosos que equilibren la balanza, encontrar los contras y sopesar otras propuestas. Te iré contando según avance.
En cualquier caso, responderé la duda que planteas en tu última carta de vuelta al cole, es decir, cuando los ocres y bullicios llenen las calles de Madrid.
Espero que estés disfrutando de tus vacaciones, más que merecidas.
P.D: Muero de ganas de que me cuentes la anécdota de Isaac Asimov y saber por qué has utilizado la palabra expertiza en cursiva, de hecho, ¿existe esa palabra?
Te quiere
E.