21 julio 2021

Estimada hermana:

Tu último escrito me ha desconcertado de muchas y varias maneras, aunque ninguna negativa, solo sorprendente. Me ha generado algunas preguntas e ideas que me dispongo a desarrollar.

De la carta he extraído que los empresarios deberían ahondar en todos los detalles y pormenores de su oficio antes de llevarlo a cabo. Y no solo en la tarea en sí, sino también en todo aquello que es necesario pero ajeno para llevarla a cabo. Esta idea la supongo de tu anécdota del batacazo. Aunque intuyo que te estás refiriendo a que hay que tener unos mínimos para distinguir la paja del trigo. Si esta es la idea, estaría de acuerdo. Eso de lanzarse al agua sin saber nadar lo veo a diario como correctora. Recibo muchos textos de autores que, movidos por el entusiasmo, descuidan lo más básico. Y no hablo de pequeños lapsus en el estilo o de esas comas criminales capaces de regatear al corrector más sagaz, sino de incoherencias tan garrafales como cambios de narrador, tiempos verbales o agujeros en el argumento. Si tienen la suerte de dar con un buen profesional, este les alertará y les aconsejará, pero si no es así –y créeme, esto sucede en demasía–, el corrector hará su tarea plana dejando estos errores; el resultado será un libro mediocre. A mi modo de ver, aunque el escritor deba contar con un corrector, no llegará lejos si no se esfuerza y expertiza en el manejo de la lengua.

Sé que el ejemplo no es exacto, ya que la escritura no es una tarea ajena al escritor como sí lo es la fiscalidad, así pues, resumo mis preguntas en una: ¿cuánto de fiscalidad debería saber un empresario para no descuidar su empresa?

¡Ay, hermana, ya sobrepaso el límite! Lástima que no pueda contarte una divertida anécdota sobre Asimov, un personaje tan futurista en sus escritos como en su humanismo. Si te parece, lo dejamos para la próxima misiva.

Te quiere,

S.