14 abril 2021

Querida hermana:

No sabes cómo agradezco tu ayuda con el uso de las comas, a mi parecer es un signo de puntuación complejo. Sin embargo, la imagen “la coma rompe la subordinada” acaba, por fin, con mis titubeos. Ahora entiendo que la coma debe ser una pausa, un alto en el camino que permita continuar la lectura plácidamente; el mal uso la convierte en un freno que lleva al lector a trompicones. Pero es lo que tiene el desconocimiento, que nos lleva a utilizar mal las cosas, sin posibilidad de aprovechar las bondades de estas.

Esto me lleva a los elogios que has escuchado sobre mis servicios. Me alegra saber que ellos, mis clientes, al igual que yo con las comas, van pregonando que por fin han empezado a comunicarse con su empresa. (Entender el porqué y el para qué de la contabilidad, las facturas, los impuestos…, se puede comparar a que te regalen una linterna para caminar por ese bosque que has transitado tantas veces a la luz de una vela).

Y es que, hermana, me temo que los autónomos no son seres extraños, como tú los defines, sino un tipo de empresario más (algún día, si te ves con ganas, puedo contarte qué es la forma jurídica); lo extraño, absurdo diría yo, es que se brinde la posibilidad a cualquiera de vender sus productos o servicios, o sea convertirse en empresario, sin advertirle que existen un sinfín de obligaciones que para cumplirlas holgadamente se necesitan unos mínimos conocimientos en contabilidad, facturación, fiscalidad y gestión; cuando estos conocimientos no existen o son vagos, nuestro sueño de hacer lo que nos gusta se convierte en nuestra peor pesadilla.

Me gustaría seguir reflexionando sobre esta y otras paradojas con las que se encuentran los empresarios, pero tengo que dejarte, mis obligaciones de empresaria me reclaman.

Te quiere,

E.